La violencia en los medios audiovisuales.
Luis Matilla Corporación Multimedia
Al referirnos a los contenidos violentos que nos llegan a través de los medios audiovisuales, no siempre, por obvio que esto pueda parecer, solemos detenernos a reflexionar sobre sus múltiples modalidades, estilos y apariencias. ¿Coincidimos todos en la misma percepción del concepto violencia? ¿Consideramos violentas las mismas imágenes?
James D. Halloran, el que fuera profesor y director del Centro de Investigaciones sobre Comunicación de Masas de la Universidad de Leicester, respondía de una forma muy precisa a la cuestión planteada: "Cosas que se consideran violentas cuando las realiza un grupo, se califican como "uso legítimo de la fuerza" si las lleva a cabo un grupo distinto. La historia nos dice que "hay buena violencia" y "mala violencia". Y la gente que chilla contra la violencia, no lo hace contra toda la violencia, sino contra ciertos aspectos de la violencia que ellos consideran molesta para sus intereses".
La cita contiene un punto de inflexión clave a la hora de abordar una problemática que tanto inquieta a la sociedad: el sentido profundo de la violencia, sus diferentes manifestaciones y los efectos de ésta sobre el ser humano. Frente a los "apocalípticos" e "integrados", definidos por Umberto Eco, deberíamos situarnos en posiciones que nos permitieran distanciarnos de aquellos que intentan magnificar los efectos que los contenidos de la TV causan en el ciudadano, pero también de aquellos otros que pretenden considerarlos como simples e inocuas fuentes de información y entretenimiento.
Qualquier actitud crítica que se realice obviando la responsabilidad de la sociedad que produce los medios y, por lo tanto, la visión del mundo que éstos nos ofrecen, supondrá una postura hipócrita que difícilmente aportará nueva luz sobre nuestros comportamientos.
Huir del pensamiento único que Ignacio Ramonet ha definido como "esa doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo", supondría mantenernos vigilantes y con una actitud crítica ante los esquemas dominantes en los medios de comunicación.
La realidad y su representación no tienen por que suponer términos sinónimos, ya que en ocasiones pueden llegar incluso a convertirse en elementos antitéticos de una misma substantividad.
¿Era más real el desembarco cinematográfico de las fuerzas norteamericanas en Kuwait, ofrecidas a bombo y platillo a través de todas las televisiones del mundo, que las imágenes, jamás distribuidas, de las apisonadoras del ejercito USA enterrando vivos a los soldados iraquíes en sus trincheras del desierto? ¿Cuál se considera como violencia exportable, y cual otra la debe pasar a engrosar los archivos de materiales clasificados? ¿Existe un limite más restringido a la violencia audiovisual cuando ésta se refiere a realidades estratégicas, que cuando se aborda en productos de ficción?
No siempre son los teóricos los que nos hacen reflexionar sobre aspectos que nos intranquilizan. La respuesta de un de un niño de diez años al que se interrogaba sobre los contenidos de una determinada película, nos ofreció una visión realmente inquietante. Según él, las imágenes agresivas del filme, no eran violentas, porque en ellas no había sangre. Si los conceptos de violencia resultan tan dispares, no sólo entre niños y adultos, sino también entre aquellos que intentamos definir su presencia e impacto en los medios audiovisuales, escasamente vamos a poder llegar a establecer unas mínimas bases sobre las que fundamentar esa autorregulación de la televisión, en materia de programación infantil, tan insistentemente reclamada por parte de las asociaciones de consumidores y usuarios.
Los otros modos de violencia
El profesor Alonso Erausquin señala una serie de binomios o categorías de la violencia presentes en los mensajes audiovisuales: física o síquica, explicita o implícita, absoluta o relativa, agradable o molesta, espectacular o densa, explicada o no explicada, justificada o condenada, premiada o castigada, útil o inútil. Y sobre todo: discutida o no discutida.
Posiblemente uno de los hechos que de un modo más significativo inciden en la falta de una conciencia clara con respecto de la violencia en los medios de comunicación, sea la valoración de la complejidad de sus manifestaciones y la progresiva entrega del ciudadano a las ramplonas propuestas que le ofrece el televisor.
Contigua a la "violencia de sangre"que hasta un niño podría reconocer, se encuentran esas otras manifestaciones, que al no producir una mínima alarma individual, se cuelan en el inconsciente sin que ejerzamos, ningún filtro crítico profundo sobre ellas. No nos referimos a las acciones que contemplamos en los productos de ficción en las noticias "reales", sino a esa otra sutil violencia que se ejerce contra el telespectador, aunque éste sea incapaz de reconocerla.
El ejemplo que vamos a comentar a continuación, pertenece a un programa de televisión que fue retirado hace dos temporadas. La "noticia" hacía referencia a dos hermanas de ocho y diez años satanizadas por sus propios padres. En las imágenes "documentales", del espacio al que nos referimos, aparecían varios adultos inmersos en una orgía ramplona a la cual asistían dos menores, cuyo cabello les oculta el rostro. El presentador se solazaba una y otra vez en los datos más escabrosos del "suceso", (orgías con sangre menstrual, felaciones, violaciones, etc.) mientras las imágenes de la "ceremonia" se sucedían una y otra vez. Hasta aquí, dentro de crudeza propia de aquel programa de "máxima audiencia", todo parece "normal". La violencia hacia el espectador se inicia con la ocultación de un dato fundamental: las escenas que están contemplando son una recreación dramática y, por lo tanto, sin ese fundamental dato el espectador corre el riesgo de confundir la ficción con la realidad.
Cuando días más tarde de la emisión del programa tanto la Guardia Civil como el juez encargado de la investigación descubren que se trata de una fabulación de las niñas, tal vez, imbuidas por algún adulto (¿con qué fines?), el caso fue sobreseído a los pocas semanas. Sin embargo, ni el programa, ni la cadena de televisión, a través de la cual éste se emitió, ofrecieron ningún tipo de justificación o disculpas a sus espectadores. La violencia no sólo se ejerció sobre la audiencia, sino contra esos padres de un pequeño pueblo cuyos vecinos contemplaron en el televisor una orgía que nunca existió ¿Quién restituye a los padres su honor? ¿Quién compensa a los telespectadores que contemplaron el programa de la violenta manipulación que sobre ellos se ejerció?.
En el libro "Teleniños públicos, teleniños privados" (Alonso, Matilla, Vázquez) al contemplar algunos de los programas dirigidos al público infantil, nos interrogábamos sobre las múltiples modalidades de esa "otra" violencia. En uno de los espacios concurso analizados, veíamos como los participantes que fallaban la respuesta correcta , recibían sobre su cuerpo un cubo lleno de pintura. A pesar de encontrarse cubiertos con monos impermeables e ir provistos de gafas, los pequeños sufrían la "divertida" humillación entre las risas de todos los presentes en el plató. En más de una ocasión pudimos percibir la profunda angustia de alguno de los participantes próximo al llanto.
Otro de los espectáculos comunes en televisión, lo constituye la sutil violencia de las lágrimas explicitas que surgen durante los encuentros familiares programados bajo las esplendorosas luces del plató. Los gemidos de felicidad de los inocentes o los cómplices pagados, son utilizados, mediante una efectiva labor de marketing, para convertir la solidaridad y la justicia en un espectáculo de alta rentabilidad para las empresas audiovisuales y sus anunciantes.No menos procaz resultan las intervenciones de los mercenarios de su intimidad en los "programas del corazón" capaces de vender la propia dignidad ante las cámaras, por una cantidad que casi siempre se encuentra en relación directa con el nivel de su impúdico destape sentimental.
Para concluir este bloque con el que hemos intentado describir aspectos del tema que nos ocupa, cabría una última interrogación: ¿deberíamos definir como representantes de esa otra violencia a los programas concurso en los que se premia a los telespectadores que envían "inocentes"grabaciones conteniendo caídas, golpes y "voladuras" de niños, consumidas entre risas por una audiencia que raramente cuestionará la naturalidad o prefabricación que los documentos que se les ofrecen?
Si en numerosas facetas de la lucha política el fin sigue validando los medios empleados, en la batalla de algunas empresas audiovisuales por aumentar su cuenta de resultados, la conquista de la audiencia está justificando actualmente las estrategias para incrementarla. Y esto, también supone violentar la buena fe de una audiencia que no ha sido educada para apreciar la manipulación que sobre ella se ejerce.
¿Producen efectos los contenidos violentos?
Ninguna de las numerosas investigaciones a las que he tenido acceso, ofrece datos determinantes que avalen las posiciones de aquellos que se alinean en una de las dos corrientes de investigación sobre los posibles efectos de los contenidos audiovisuales en el individuo: el de los que ven en ellos una causa-efecto inmediata y el de los que niegan esta incidencia otorgando al medio una mera función de entretenimiento, inocua a la hora de generar conductas agresivas.
Tal vez frente a ambas posturas los que no contamos con medios para abordar costosas investigaciones, aunque hayamos realizado en equipo consultas sobre actitudes de consumo con niños, padres y profesores y análisis de contenidos televisivos, podemos ofrecer nuestra visión sobre ciertos hechos en los que actualmente existe un aparente consenso entre especialistas de diferentes países.
La banalización de la mayoría de los contenidos televisivos escasamente permite el surgimiento de un sentido crítico sobre los temas que de un modo más apremiante inciden en nuestra sociedad. Las noticias nos llegan descontextualizadas, se nos ofrecen sin unos mínimos antecedentes que nos permitan establecer su relación con el pasado y con sus posibles consecuencias futuras. Son píldoras que nos sirven una visión de la actualidad absolutamente homogeneizada, que se repite en todas las cadenas como si ninguna de ellas deseara correr el riesgo de apearse del carro del pensamiento único.
Nos encontramos ante una sociedad en la que los medios de comunicación marcan los criterios y los tertulianos, artistas de fama efímera y políticos ramplones nos marcan las pautas de pensamiento y el público, como diría Umberto Eco, no puede manifestar exigencias ante la cultura de masas, sino que debe sufrir sus proposiciones sin saber que las soporta. Se violenta así el derecho a una información divergente y por tanto democrática. Las audiencias se conforman a partir de una programación dominada por la tiranía de los índices de audiencia, lo cuales nos señalan como poco rentable los productos audiovisuales que no alcancen los dos millones de espectadores.
La publicidad dirigida a los niños fuerza a las familias a comprar juguetes tan violentos como los que las propias series infantiles promocionan, así el círculo se cierra con la complacencia en ocasiones de la propia escuela, en algunos de cuyos centros infantiles pueden contemplarse afiches de series muy negativas para los valores que se intenta transmitir a los alumnos. El círculo de la violencia se cierra así, favoreciendo una normalización lúdica de la misma mediante la promoción de juegos de ordenador en los que la muerte de peatones sangrantes atropellados por coches de gran cilindrada, constituye el tema de entretenimiento para algunos niños y jóvenes de nuestro país.
Nadie parece dudar de que el efecto goteo esta insensibilizando ante las conductas violentas que convertidas en permanente espectáculo nos llegan a través de los medios de comunicación. La agresividad nos parece ya algo cotidiano e inevitable y tan familiar como la propia sociedad de consumo o el conjunto musical de moda. Los informativos alternan noticias escalofriantes conteniendo durísimas imágenes con brillantes anuncios en los que sonrientes modelos nos vuelven a introducir en el mejor de los mundos. Pero no se inquieten demasiado, ya que se trata de la cuota de horror necesario para sentirnos confortablemente instalados en nuestro salón, alejados en realidad de las guerras perversas y los niños desnutridos. Afortunadamente a nosotros... siempre nos quedará el super del barrio.
Posiblemente nada resulte más adormecedor para nuestra conciencia, que el hecho de habituarnos a los usos agresivos, a la inseguridad ciudadana, a los enfrentamientos tabernarios de nuestros políticos, a la violencia convertida en espectáculo, o la cultura de la banalidad impregnando los contenidos televisivos de una forma cada vez más evidente.
Neíl Postman, nos ofrece una reflexión, que a pesar de su tono apocalíptico, se encuentra llena de inquietantes advertencias. Según él, "cuando una población se vuelve distraída por trivialidades, cuando una vida cultural se redefine como una perpetua ronda de entretenimiento, cuando la conversación publica seria se transforma en un habla infantil, es decir, cuando un pueblo se convierte en un auditorio y sus intereses públicos en un vodevil, entonces una nación se encuentra en peligro, y la muerte de la cultura en una posibilidad real".
Si el goteo de hechos violentos representan para muchos una más o menos evidente insensibilización del ciudadano, también existen otras teorías debatidas durante las ultimas décadas que indagaron sobre la relación causa-efecto de los contenidos violentos y las conductas agresivas. Para ciertos especialistas, el único sistema fiable de comprobar la relación entre la televisión y los comportamientos violentos es detectándolos siempre que éstos surjan de forma casi inmediata al estímulo. Frente a ellos se encuentran los que mantienen que los efectos subliminales pueden perdurar en estado latente durante años. Otro grupo de investigadores se inclinan por la tesis de la catarsis, sosteniendo la idea de que la fantasía infantil está llena de impulsos que se neutralizan con la contemplación de ciertos hechos violentos.
Educación, familia y medios de comunicación.
Tres son los campos más inmediatos a los que habría que exigir una actuación contundente a la hora de generar soluciones: la educación, la familia y los propios medios. Sólo en última instancia deberíamos abogar por un reforzamiento de la legislación europea que en materia de televisión se encuentra actualmente en vigor, la cual ha sido sistemáticamente conculcada por las cadenas de nuestro país.
Aunque en la actual reforma educativa el estudio de los medios de comunicación se contempla ampliamente en áreas como Plástica, Sociales y Lengua, la preparación que se imparte en las Escuelas de Formación del Profesorado resulta escasa. Los contenidos que nos transmite la prensa la radio y particularmente la televisión, no entran en el aula para su debate en profundidad. Resulta paradójico que un canal como la TV, por donde llega a los alumnos una gran parte de su información, no sea tomado en cuenta a la hora de realizar planteamientos críticos sobre la interpretación que de la realidad nos ofrece.
Si este medio produce una evidente fascinación en el ciudadano , hemos de descubrir su lenguaje y los niveles de veracidad y manipulación de sus mensajes. Sin esta labor de análisis de los referentes que son significativos para nuestros jóvenes, la escuela puede empezar a situarse de espaldas a esa parte de la vida que para ellos posee un cierta relevancia. En la escuela se deben abordar aquellos programas que despierten el interés de niños y jóvenes. Deberíamos reflexionar sobre los roles y la manipulación de la mujer en los telefilmes y en la publicidad; analizar los tipos de violencia, tanto la más obvia como aquélla sutil que se ejerce contra personas en los programas basura; intentar leer los contenidos implícitos de ciertas imágenes; comparar la información televisiva con la que nos ofrecen otros medios, etc.
El ambiente familiar no siempre colabora al logro de una efectiva selectividad en el consumo televisivo. El aparato desde el lugar más preponderante del hogar demanda contantemente nuestra atención; no se trata por tanto de un electrodoméstico más, sino del gran referente. Se come, se desayuna y se cena viendo la televisión, propiciando un cortocircuito en la comunicación familiar. Se castiga a los hijos a no ver televisión, con lo cual se otorga al aparato un valor desproporcionado.
Según una reciente encuesta de la Fundación Encuentro, el 31, 5% de los niños españoles tienes TV en su dormitorio, el 51% de la población, posee dos televisores en casa y el 24 % manifiesta tener tres. En éstas condiciones, ¿cómo puede saber un padre o una madre los índices de violencia y sexo que un hijo consume al cerrar la puerta de su habitación? ¿Qué debería exigirse a la televisión? Una efectiva autorregulación de sus contenidos por parte de las cadenas emisoras, una atención a la programación emitida en las franjas horarias en las que existe una masiva presencia infantil y por último una llamada a la ética de la responsabilidad creadora.
Aunque estas condiciones parezcan excesivamente exigentes, las dos primeras se encuentran parcialmente recogidas en las directivas comunitarias relativas al ejercicio de actividades de radiodifusión televisiva y la tercera ha sido puesta en práctica durante un dilatado periodo de tiempo por la BBC del Reino Unido. Al leer algunos de los documentos en los que el ente público orientaba a su personal de informativos, nos sorprendimos del nivel de sensibilización que sobre los temas de violencia audiovisual imperaba durante la década de los ochenta en la cadena pública británica. En uno de dichos se dice textualmente "Al elegir las historias, pensar en las implicaciones de un tratamiento apropiado para la hora en que está proyectada la emisión. Cuando un programa trata de la tortura u otras atrocidades, considerar cuidadosamente cuantos detalles se deben hacer soportar al espectador de un modo razonable. El equipo de realización puede haberse acostumbrado a las imágenes y las descripciones fuertes, pero el público llegará virgen a ellas. Recordemos en estos casos cuales fueron nuestras reacciones la primera vez que nos enfrentamos a tales temas.
Posiblemente hoy los profesionales de algunas televisiones vivirían estas recomendaciones a los creadores de la BBC como una limitación a la libertad de expresión, ellos por el contrario, asumieron esas orientaciones como una llamada a la ética de la responsabilidad creadora, que muchas veces se olvida ante la presión de los hechos o la velocidad con la que es preciso confeccionar las noticias. En el balance entre la libertad y el derecho de los demás a no ver violentada su sensibilidad "más de lo necesario", radica el equilibrio de una sociedad auténticamente democrática. En la educación se hallan los instrumentos para lograr detectar de un modo consciente la manipulacion que, en ocasiones, los medios ejercen, sobre el ciudadano.