jueves, 24 de septiembre de 2009

Alicia en el país de las maravillas


Alicia en el País de las Maravillas

Lewis Carroll

Hay libros de los que resulta difícil escribir una opinión, pues es mucho lo que se ha dicho ya sobre ellos. Este es el caso de “Alicia en el País de las Maravillas”, un clásico de la literatura que se aprecia mejor si el lector es ya adulto.Lewis Carroll, seudónimo de Charles Dodgson, recopiló bajo el título “Aventuras subterráneas de Alicia” las disparatadas historias que una tarde de verano contó a la niña Alicia Liddell y a sus hermanas durante un paseo en barca. Esta obra, cuyo manuscrito ilustrado Carroll regaló a su pequeña musa, se publicó enseguida con el título “Alicia en el País de las Maravillas” obteniendo un éxito inmediato.“Alicia” es un libro consagrado a la imaginación donde no obstante se oculta una observación sagaz e irónica de la sociedad en la que vivió el autor y de las maneras de la misma. De ahí que esta novela, que encandila a los niños con su colorido, sepa también llegar a los lectores adultos. Porque cada personaje que Carroll incluye en la historia es la representación de un tipo humano que, trascendiendo el tiempo y las formas sociales, resulta cercano para el lector.

Además de su faceta de escritor, Carroll era un matemático vivamente interesado por la lógica simbólica, sobre la que había escrito varios libros divulgativos que pretendían acercar dicha materia al público. Así, arropadas entre las aventuras de “Alicia” se pueden encontrar numerosas paradojas que revelan el hecho de que, a pesar del dislate que parece reinar en el mundo subterráneo al que Alicia llega, sus costumbres y modos de pensar pueden ser más acertados que aquellos de los que se hace uso en el mundo real.

El autor pretendía así poner de manifiesto que muchas de las ideas que habitualmente damos por buenas, no son sino prejuicios y opiniones preconcebidas y doctrinales que carecen de toda base lógica. Luego el absurdo, principal característica de la obra, y mediante el cual se crea un mundo fantástico que subyuga al lector, es la manera en que Carroll distorsiona la realidad para colocarla ante nuestros ojos y hacernos ver así que tal vez el mundo disparatado es en el que vivimos.Los malabarismos que Carroll realiza con el lenguaje a lo largo de toda la obra son otra manera de reforzar la idea de que el despropósito atenaza nuestra vida: las palabras son la trampa que esconde el absurdo y mediante juegos y dobles significados el autor pretende demostrar que el sinsentido reside en el lenguaje que usamos a diario. Y puesto que el lenguaje es la principal herramienta con la cual el ser humano se relaciona con sus semejantes y se representa cuanto le rodea, la inexactitud del mismo sólo puede provocar caos y desorden. Lamentablemente muchos de esos dobles sentidos y juegos de palabras se pierden con la traducción, esfumándose así el que sin duda ha de ser el aspecto más brillante de toda la obra.

En 1871, seis años después de la aparición de “Alicia en el País de las Maravillas”, se publicaba una segunda parte de las aventuras de Alicia con el título “A través del espejo”. En ella nuevos personajes, muchos de ellos sacados esta vez de canciones infantiles populares, son las piezas de una enorme partida de ajedrez en la que Alicia debe llegar a convertirse en reina. Esta Alicia ha perdido sin embargo parte de la frescura y la curiosidad que caracterizaban al personaje en la primera parte. Si en el País de las Maravillas la niña asumía comportamientos propios del mundo de arriba pero sólo a través de la imitación, en esta segunda parte esos comportamientos son ya algo totalmente asumidos por su personalidad que juzga cuanto ve según una escala de valores impuesta que ha hecho suya sin ambages.

Carroll quiso representar así la pérdida de la capacidad infantil de asumir cuanto ocurre alrededor como natural, aunque no lo sea, cuando las coordenadas para juzgar lo que es anormal y lo que no lo es no han sido todavía aprendidas.Segundas lecturas aparte, la desbordante fantasía de Carroll creó una historia fascinante cuyos personajes se han convertido en figuras mundialmente reconocidas. Desde la pequeña Alicia a la Reina de Corazones pasando por el Conejo Blanco, la Liebre Marcera y el Gato de Cheshire, estos sugestivos personajes forman ya parte del imaginario popular.



Jóvenes: Les pido lean en este link la obra completa


domingo, 20 de septiembre de 2009

Aladino y la lámpara maravillosa


Aladino (corrupción del nombre árabe علاء الدين 'Alā 'ad-Dīn, literalmente ‘nobleza o gloria de la fe’) es una de las historias de origen sirio de Las mil y una noches y una de las más famosas en la cultura occidental.

La historia trata de un joven pobre en una ciudad de China llamado Aladino, que es reclutado por un mago del Magreb, haciéndose pasar por hermano de su fallecido padre, para que le ayude a recuperar una lámpara de aceite maravillosa de una cueva mágica que apresa a quien entra en ella. Después de que el mago intente traicionarle, Aladino se queda con la lámpara y descubre que puede invocar a un hosco genio que está obligado a servir a la persona que posea la lámpara. Con su ayuda, Aladino se hace rico y poderoso y se casa con la princesa Badrulbudur.
El mago vuelve y logra hacerse con la lámpara engañando a la esposa de Aladino, quien ignora la importancia de la misma. Aladino descubre entonces que un genio menor y educado puede ser invocado con un
anillo que le había prestado el mago pero olvidó durante su traición inicial. Ayudado por él, Aladino recupera a su esposa y a la lámpara.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Imágenes para llorar

Instrucciones para llorar

Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.


FIN

miércoles, 2 de septiembre de 2009

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ Y LAS TRAMPAS DE LA FE


Sor Juana se nos muestra como alguien que consigue habilitarse un rincón favorable a su desarrollo intelectual en un medio hostil. Éste es la sociedad cerrada de Nueva España a finales del siglo XVII, cuya ortodoxia religiosa vigila la Inquisición, y que Paz compara a los estados burocráticos del siglo XX. La vida conventual, sometida a restricciones y espionaje y la propia condición femenina de Sor Juana, la excluyen de la educación superior y del intercambio de ideas.


El acceso a éstas se encuentra además condicionado por el atraso cultural que ya existe en la metrópoli, en lo que se refiere a
ciencia y filosofía. Los referentes de Sor Juana serán el neoplatonismo y los saberes herméticos divulgados por el jesuita Atanasius Kircher, doctrinas de moda el siglo anterior.


La obra de Sor Juana, además de una constante celebración y adulación de los poderosos a quienes debe su relativa tranquilidad, critica las limitaciones a que se ven sometidas las mujeres, constituyendo un precendente del feminismo, y expresa su pasión amorosa, o amistosa, por María Luisa Manrique de Lara. La ambivalencia de su posición: monja enclaustrada y a la vez intelectual en ejercicio y mujer de mundo, da idea de la fragilidad que la aqueja.


La investigación de Octavio Paz culmina al desvelar las circunstancias en que Sor Juana debe abandonar el ejercicio de las letras. También en esta renuncia forzada ve Paz la similitud de la sociedad barroca hispana con las modernas burocracias estatales. En ambas el disidente debe asumir un papel activo en su anulación, no sólo debe callar sino que además tiene que confesar su error y arrepentirse. Esta obra permite a Paz emitir un diagnóstico sobre la sociedad mexicana actual, heredera de la España del siglo XVII. En ellas continuidad y cambio muestran una contradicción irreconciliable, con lo que el acceso a la modernidad sólo ocurre como desgarramiento.


ALGO QUE LEER SOBRE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Alguna vez Sor Juana Inés de la Cruz se definió a sí misma como buscadora de la verdad: "aunque sea contra mí dijo me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad" (Respuesta, l. 186s.). Esta es, luego una de las claves que explican su vida; una vida entregada al estudio y a la comprensión del enigma de la existencia. Pero la Verdad primera y última para ella fue Dios, eje y misterio, meta y punto de partida.
Nació Juana Inés un 12 de noviembre, en el pueblo de San Miguel Nepantla, hoy Estado de México, en año aún no perfectamente esclarecido, pues mientras cierta acta de bautismo de una niña "Inés" parece señalar la fecha de 1648, el p. Diego Calleja, protobiógrafo y amigo suyo, apuntó el de 1651.
Su padre era vasco y murió hacia 1669, mientras que su madre, Isabel Ramírez, mexicana, falleció alrededor de 1668. El apellido del primero ha creado confusión a lo largo del s. XX, pues se pensó que el nombre de la poetisa debió ser Juana Inés de Asbaje Ramírez, cuando ahora sabemos que en realidad fue Asuage o Asuaje. De la unión de ambos nacieron asimismo dos hermanas de Juana Inés: María y Josefa María; mientras que de la segunda pareja de su madre, Diego Ruiz Lozano, tres hermanos: Inés, Antonia y Diego. Parece haber sido hija ilegítima, aunque todavía existe duda de cuando tuvo conocimiento de ello.
No obstante, su ambición de hallar la verdad apareció desde temprano, pues afirma ella misma no haber cumplido tres años cuando, acompañando a su hermana a la escuela, se "encendió" en "el deseo de saber". Lo que se inició a tan tierna edad no concluiría sino con su vida, la cual será un esfuerzo prolongado en tal dirección. Más tarde, tras oír "decir que había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias", importunó a doña Isabel suplicándole que le "mudara" el traje y la enviara allí. Es necesario aclarar que tan simpático ruego infantil fue naturalmente desatendido por la madre, quedando sólo como uno más de los mitos (producto con toda seguridad de una lectura y transmisión incorrectas de este pasaje de la Respuesta a Sor Filotea) el que Juana Inés haya en realidad utilizado vestimentas varoniles para asistir a la universidad. Lo que sí es cierto es que sus estudios se iniciaron, de modo azaroso, en los libros encontrados en casa de su abuelo materno en Panoayan, donde se crió. Asegura la poetisa que la reprendían para "estorbárselo", pero ella, encendida de amor por la verdad, no cesó, como no lo haría jamás, en su empeño.
Juana Inés se inició como autodidacta, y siempre lo sería. Sin embargo, fue dueña de una capacidad intelectual superior a la de la mayoría y, además, pervive la fama de su belleza física. Una vez que su familia decidió enviarla a vivir a casa de unos "deudos" que tenía en la ciudad de México (probablemente Juan de Mata y María Ramírez, tíos suyos, aprendió allí latín ("en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé" nos dice con Martín de Olivas) y, poco más tarde, hacia 1665, debido a las razones antes mencionadas, entendimiento y hermosura, fue "introducida" en el palacio virreinal.
Explica el p. Calleja cómo la virreina, Leonor Carreto, marquesa de Mancera, encantada con ella, no "podía vivir un instante sin su Juana Inés". Mujeres cultas ambas, debieron gozar mutuamente de la presencia de la otra, aunque, como es lógico, fuese la poetisa la mayor beneficiada. Empero, ni aun así quitaba tiempo a sus estudios. Y éstos eran de tal nivel que el virrey, de regreso en España años después, contaba el modo con que, en aquel entonces, deslumbrado por los conocimientos de la niña, la mandó examinar juntando alrededor de cuarenta sabios en palacio. Entre ellos los había de diversas facultades, e incluso así Juana Inés respondía a las preguntas de modo tan correcto y desenvuelto como "un galeón real [...] se defendería de pocas chalupas" que lo embistieran.
Pero la jovencita, que hacía poesía desde los 8 años (¡"porque la ofrecieron por premio un libro"!, explica Calleja), deseaba, en realidad, sólo eso: estudiar.
Otro mito, al cuál dedico unas cuantas palabras, es el que sugiere los amoríos de Juana Inés. No sabemos nada, por lo que resulta superfluo hablar. Empero, la crítica teñida de romanticismo insistió, con base en algunos poemas suyos perfectamente pergeñados, en que ella entró al convento por, entre otras, esta supuestamente poderosa razón. Sin referirme a sus asuntos amorosos, de los que, repito, ignoramos todo, diré que tales hipótesis surgieron principalmente de la perfección formal de sus versos, algunos de los cuales dan, en efecto, la sensación de amor real perdido. Pero como existen otros igualmente bien hechos, donde inclusive llega a ponerse en el lugar de una viuda, es necesario dudar de su historicidad. El genio de la poetisa se manifestó, entre otras maneras, así, sabiendo transmitirnos sensaciones que no necesariamente fueron las suyas. En cuanto al ingreso al convento, existen otras causas.
La estancia en palacio volvió a la joven sumamente conocida y deseada: "de modo que en breve tiempo/ era el admirable blanco/ de todas las atenciones", nos dice en unos versos que la generalidad de la crítica considera autobiográficos. Juana Inés, bella e inteligente, pero pobre, no podía, no debía permanecer en la corte virreinal. Sin embargo, en aquella época la mujer no tenía muchas opciones. Comenta Calleja al respecto que se hallaba amenazada su virtud, pues "la buena cara de una mujer pobre es una pared blanca donde no hay necio que no quiera echar su borrón; que aun la mesura de su honestidad sirve de riesgo". Entonces, a la niña que no deseaba casarse le quedaba en el México virreinal el camino del convento.
He aquí una distorsión más en la interpretación de la vida de Sor Juana. Quienes supones que Juana Inés deseó, sobre todo, escribir, ser poeta, fallan, pues su principal anhelo no era éste, sino, como mencioné, estudiar. Pero estudiar para encontrar la verdad, la verdad única e infinita: Dios: "porque -nos dice en la Respuesta a Sor Filotea
l. 300s.)- el fin a que aspiraba era a estudiar Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los divinos misterios..." Ella, pues, no quiso ser poetisa, sino trabajar para llegar a la verdad. Si se ven de esta manera las cosas, se comprende que ingresara en el riguroso convento del Carmen en 1667. Allí su intento fue, según sus propias palabras, "sepultar con mi nombre mi entendimiento", sacrificándoselo a Dios. Es decir, procuró no escribir y, ni siquiera, estudiar. Aunque nos parezca increíble, esta deslumbrante mujer deseó sacrificar lo mejor de sí, la luz de su inteligencia, a quien se la había dado; pero Él no se lo permitió. "Alguien", apunta, pero ignoramos quién, le dijo que era tentación, "y así sería", concluye ella dócilmente. Juana Inés entonces, entró en un convento de regla dura: en él no escribiría, ni siquiera estudiaría, pero ello no importaba, pues la verdad, Dios, desborda infinitamente tanto a la poesía como a los libros.
Mucho se ha especulado sobre el peso que tuvo en tal decisión su confesor el p. Antonio Núñez de Miranda. Hasta hoy existen dudas, pero lo natural es que haya sido tomada luego de una seria y solitaria reflexión; no exenta, por supuesto, de otros consejos. Y aunque en un inicio concordaron entrambos, Núñez y Juana Inés, en lo tocante a que ella olvidase los estudios, la intervención arriba indicada, antes o después, lo ignoramos, se sumó a cierta enfermedad que la obligó a abandonar el Carmen.
Sin embargo, no tenía dudas sobre lo que quería, y poco después ingresaba en el convento de San Jerónimo, donde permanecería el resto de su vida (profesó en 1669). Al respecto, se dice que se hizo monja porque no deseaba casarse, y quería tiempo para estudiar, lo cual (son sus propias palabras) es verdad, pero también es cierto que el claustro "era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba para mi salvación (Respuesta, l. 270s.). Es decir, el estado religioso no resultaba ajeno a sus anhelos, pues le permitía cumplirlos (San Jerónimo era, además, un convento mucho menos rígido que el Carmen) sin faltar a los que como cristiana tenía. Más aún: puede afirmarse que, en su corazón, son complementarios, desde el momento en que búsqueda de la verdad y vida dedicada a ella son lo mismo: "porque el fin a que aspiraba era a estudiar Teología [...] y que siendo monja y no seglar, debía, por el estado eclesiástico, profesar letras". En cuanto a su vocación como escritora, hizo una afirmación que no es fácilmente descartable: "el escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: " 'Vos me coegistis'" ("ustedes me obligaron" Respuesta, l. 183s.).
Y, efectivamente, la historia de Sor Juana está marcada por una serie de obligaciones literarias (poemas hechos por compromiso) de modo que basta echar una ojeada al índice de sus Obras para corroborarlo: las catedrales le pedían villancicos; los famosos la obligaban al distinguirla; los amigos la agasajaban; los extraños la buscaban; y ella correspondía con lo mejor para ellos de sus posesiones: su talento poético. Porque, ¿qué otro regalo desearía cualquiera de tan extraordinario artista?
Esto exactamente sucedió con la llegada de los nuevos virreyes, los marqueses de la Laguna, en 1680. Ahora no sólo el gobierno eclesiástico le pidió villancicos, sino algo de mayor importancia y distinción: el arco triunfal para recibirlos. Sor Juana no pudo, aunque lo intentó, negarse: "ésta es le escribe al p. Núñez quejándose la irremediable culpa mía, a la qual precedió avermel(ó) pedido tres o quatro veces, y tantas despedídome yo, hasta que viniendo los dos señores juezes hazedores, que antes de llamarme a mí llamaron a la madre priora y después a mí, y mandaron en nombre del Excelentísimo Sr. Arzobispo lo hiciere, porque assí lo avía votado el Cavildo pleno..." (Carta de Monterrey, l. 57s.). La monja no quiere hacer una obra que le dará todavía mayor notoriedad de la que ya tiene: se esconde, no desea escribir, pero le ordenan llevarla a cabo. ¿Acaso no valida esto los asertos anteriores, según los cuales intentó, primero, "sepultar su entendimiento" y, luego, que la forzaron a escribir? Sor Juana no planeó ser poeta, aunque, para fortuna nuestra, la encaminaran sabiamente a serlo.
Vinieron luego los tiempos aparentemente felices del gobierno de los marqueses de la Laguna (1680-86), con quienes tuvo gran amistad (permanecieron en México hasta 1688, pero la jerónima seguiría en contacto epistolar con ellos toda su vida); tiempos que, empero, se vieron empañados por el rompimiento con su confesor, el p. Núñez de Miranda, a raíz, principalmente, de haber hecho el arco triunfal (llamado Neptuno alegórico). Sin que hayan sido esclarecidas del todo las razones, la línea principal indica que Sor Juana terminó su relación con el jesuita porque éste la acusaba de no seguir el camino que, según él, debía seguir toda monja: retraimiento y retiro, sin públicos lucimientos ni esto es lo que no pareció a la Fénix, pues a lo anterior, ya lo dije, no le concedía importancia estudio. Honda herida debieron dejar en ella tanto las reprensiones como el inevitable fin de su me atrevo a decirlo amistad.
Por otra parte, la fama había ya hecho de la poetisa una notabilidad, y difícilmente podría alejarse de la escritura. Con todo, hacia 1685 concluyó el único poema hecho, según su personal confesión, por propio gusto: El sueño (también conocido como
Primero sueño). Además, en 1689 apareció en España el primer volumen de sus Obras, Inundación castálida.
Pero el año de 1690 fue especialmente significativo en la existencia de Sor Juana. Su fama (esa que desde temprano la atormentó, llevándola a exclamar: "¿de qué embidia no soi blanco? ¿De qué mala intención no soi objeto? ¿Qué acción hago sin temor? ¿Qué palabra digo sin recelo?") hizo que circulara entre los habitantes de Nueva España un texto suyo de origen extraño. Alguien no sabemos, hasta hoy, quién, pese a todas las hipótesis, muchas de ellas insostenibles, que se han lanzado, habiéndola oído disertar sobre cierto sermón que el jesuita portugués Antonio Vieira pronunciara cincuenta años antes, le ordenó, dada la calidad de sus ideas, ponerlas por escrito. Este papel debió pasar de mano en mano en copias manuscritas hasta llegar a poder del obispo de Puebla, don Manuel Fernández de Santa Cruz, quien finalmente lo publicó con el título de Carta atenagórica ("propio de la sabiduría de Atenea"). Éste iba precedido por una carta-prólogo suya conocida como Carta de Sor Filotea de la Cruz a la poetisa, pues el obispo, para que su amiga y los lectores no sintieran que los consejos y admoniciones ahí expresados tenían carácter oficial, la firmó con ese seudónimo: "Filotea de la Cruz". El escrito de Sor Juana trata materias totalmente teológicas, terreno reservado entonces no sólo a los varones, sino a varones de alta calidad intelectual. Debido precisamente al espléndido nivel mostrado por la poetisa, el obispo, deslumbrado, lo daría a la prensa. Pero antes, como es obvio, habíase ya excitado en algunos (ignoramos, de nuevo y a pesar de innumerables e insostenibles tesis, sus nombres) envidia (he aquí una vez más el martirio añejo de la Décima musa, aquél del que desde temprano se quejara). La envidia atrajo asimismo el escándalo de aquellos que no toleraban a una mujer teóloga. Además, en don Manuel existió cierto resquemor de que los argumentos usados por la monja (¡todos ellos impecables desde el punto de vista ortodoxo!) la hicieran envanecerse. El pastor no obstante, ya lo dije, publicó la Carta atenagórica. Sus motivos fueron dos: acallar las voces de los enemigos de la monja, avalando con su autoridad el texto, y hacer ver a ésta que, pese a la correcta estructuración formal de su argumentación, había en ella cierto tufillo vanidoso, producto seguramente de años de alabanzas y aplausos que, sin hacer mella de ningún modo en su carácter siempre dócil, parecían haberla hecho, aunque fuese sólo momentáneamente y allí, perder la humildad. Por eso el prólogo firmado como Sor Filotea primero la alaba, defendiéndola de quienes la critican, pero asimismo la amonesta, en bien público y, sobre todo, de su propia alma.
Pocos meses después de recibir su escrito impreso, atónita y, ella lo reitera, agradecida con el obispo, redacta la
Respuesta a Sor Filotea. Documento reconocido por la defensa del derecho de las mujeres al estudio (cosa que, ciertamente, había ya hecho Sor Filotea) es, además, una detallada narración de la vida y vocación de su autora. En él dialoga con su amigo, explicándole cómo su único deseo fue estudiar (¡al igual que cualquier ser humano, mujer u hombre¡) "para ignorar menos", no para enseñar, ni mucho menos para escribir. A ella, asevera, la obligaron, ¡todos ellos!, con sus insistencias y apremios, pues su único afán era buscar la verdad. La Respuesta entonces no sale únicamente en defensa de las mujeres, pero de todo hombre que desee saber; saber para hallar a Dios, pues tal es, en última instancia, el sentido de su trabajo intelectual.
Ese mismo año de 1691 fue escrita una misiva recientemente sacada a luz, cuya firma es de una tal Serafina de Cristo. Como lugar de redacción se da el convento de San Jerónimo. Dicho documento se publicó en 1996 adjudicándoselo a Sor Juana, pero hoy sabemos a ciencia cierta que no es de ella. En él se la defiende de cierto impugnador, cuya critica se relaciona con el asunto de la Atenagórica, pero como esta carta se encuentra cifrada, resulta problemático reconocer tanto a su autor como la identidad del enemigo de la poetisa ahí criticado.
Por si no bastara, 1692 fue trágico para la Nueva España. Hubo problemas con los granos, pues una plaga redujo severamente las cosechas, lo cual causó especulación y elevación de los precios. Un motín fue la resultante. Las cosas no se veían bien. Los novohispanos entendieron que Dios los reprendía. Hubo rogativas y procesiones. Sor Juana debió reflexionar y hacer examen de conciencia. Las amorosas palabras de Sor Filotea cayeron en terreno fértil, y la gran poetisa, teniendo en cuenta los tiempos, con humildad le otorgó la razón. Entonces se reconcilió con su antiguo confesor. Ignoramos la actitud de éste, pero, sacerdote de Cristo, debió encontrarla con actitud paternal. Lo que sí se sabe es que Sor Juana no dejó del todo ni los estudios ni las letras: las plumas de Iberoamérica seguían solicitándola, y su cortesía no estaba peleada con su fe. Viéndola cambiada, el mismo p. Núñez, más viejo y sabio, muy probablemente no le exigió abandonos totales: la madre Juana se había transformado, pues ya no era el centro de su vida la obsesión libresca (es conocida la venta de su biblioteca en aras de los pobres). Era la hora de ir a buscar la verdad en un sitio más alto: la caridad. Y en este camino fue ahora la Verdad la que salió en busca suya. Una epidemia entró en San Jerónimo, y Sor Juana, cuidando a sus hermanas, cayó enferma; enfermedad que la llevó a la muerte el 17 de abril de 1695, día que, como dice el p. Calleja, fue para ella "principio de la eternidad".