Su rostro me reflejaba ternura y sabiduría; él me regaló dos minutos de su tiempo y yo le viví eternamente agradecida. Le tomé la mano en agradecimiento y sólo una sonrisa descompuesta esbozó en su rostro. ¿Qué tanto habrá vivido para estar aquí? ¿Por qué lo encierran? Su unico pecado es estar solo. Quizá yo debería estar con él, pero no, a mí me excluyen de este espacio y sólo me permiten la entrada de 8:00 am a 4:00 pm. Y al tomar mi bolso de cuero negro hurgo en todos aquellos que ocultan en sus ropas grises su soledad.
Cuando era pequeña mis padres me decían que era importante crecer y hacer una vida exitosa, luego ellos se separaron y abandonaron el éxito en un cajón de la cómoda de la sala, porque aún viven en la eterna búsqueda de la felicidad . No, no los juzgo, sólo que ahora me atemoriza que un día me los encuentre en este mismo sitio de calle Esperanza # 13 col. El Salvador. Realmente no sé cómo reaccionará. ¿Qué les diría?.
Algunos cabizbajos me reclaman un dulce, otros me entrecierran sus ojos llorosos cansados por la catarata y otros más observan cómo se mecen las hojas de los árboles cada vez que el viento nos regala un airecillo travieso. Al verlos, en mi cabeza rebotan pensamientos de duda, ¿por qué los trajeron aquí? ¿para quién fueron un simple objeto viejo? ¿cuándo pasaron desapercibidos y se convirtieron en un adorno caduco de la casa?.
¡Cuántas historias guardadas!, cuántos recuerdos almacenados en cabezas blancas que gritan las risas de pequeños, los cantos de niños y los sonrojos de jóvenes. Un listón entralazado en los dedos, una biblia, un retrato sepia o un costurerito son fieles acompañantes de estos viejos que resguardan sus años en un solitario asilo.
Hoy salí 20 minutos más tarde, él se detuvo para tomar mi mano, me regaló dos minutos de su tiempo, su ojos nublados se posaron en mí y desnudaron mi alma, envolvieron mi cuerpo de paz y alegría. Hoy por primera vez conocí la esperanza; no en una calle en la cual trabajo, sino en unos ojos que me permitieron ver más allá de su mirada.
Cuando era pequeña mis padres me decían que era importante crecer y hacer una vida exitosa, luego ellos se separaron y abandonaron el éxito en un cajón de la cómoda de la sala, porque aún viven en la eterna búsqueda de la felicidad . No, no los juzgo, sólo que ahora me atemoriza que un día me los encuentre en este mismo sitio de calle Esperanza # 13 col. El Salvador. Realmente no sé cómo reaccionará. ¿Qué les diría?.
Algunos cabizbajos me reclaman un dulce, otros me entrecierran sus ojos llorosos cansados por la catarata y otros más observan cómo se mecen las hojas de los árboles cada vez que el viento nos regala un airecillo travieso. Al verlos, en mi cabeza rebotan pensamientos de duda, ¿por qué los trajeron aquí? ¿para quién fueron un simple objeto viejo? ¿cuándo pasaron desapercibidos y se convirtieron en un adorno caduco de la casa?.
¡Cuántas historias guardadas!, cuántos recuerdos almacenados en cabezas blancas que gritan las risas de pequeños, los cantos de niños y los sonrojos de jóvenes. Un listón entralazado en los dedos, una biblia, un retrato sepia o un costurerito son fieles acompañantes de estos viejos que resguardan sus años en un solitario asilo.
Hoy salí 20 minutos más tarde, él se detuvo para tomar mi mano, me regaló dos minutos de su tiempo, su ojos nublados se posaron en mí y desnudaron mi alma, envolvieron mi cuerpo de paz y alegría. Hoy por primera vez conocí la esperanza; no en una calle en la cual trabajo, sino en unos ojos que me permitieron ver más allá de su mirada.
Blanca
1 comentario:
Hola!Profa,solo me resta decirle que me gusta mucho como escribe,lo mejor seria que ya publique su libro.
Publicar un comentario